Fernando Botella y los espacios «fun» para empresas «fun»
Fernando Botella, CEO de Think&Action
La transformación digital que sacude hasta los cimientos a las empresas actuales está afectando a un sin fin de aspectos organizativos. Se trata de una revolución transversal de calado similar al de la Revolución Industrial, de finales del Siglo XIX.
Y como aquella, esta nueva revolución está teniendo implicaciones mucho más allá de lo que supone la implantación de determinadas tecnologías a los procesos productivos.
Una de esas derivadas la encontramos en el diseño de los propios espacios de trabajo. En la Revolución Industrial, los pequeños talleres artesanos en los que un número reducido de maestros y aprendices desarrollaban una actividad muy vinculada con el trabajo de precisión y la pericia técnica, transmitida entre generaciones en minuciosas y pacientes sesiones de aprendizaje productivo (lo que ahora llamaríamos learning by doing) dieron paso a los vastos espacios de las grandes factorías, habilitados y optimizados para que una ingente cantidad de operarios desarrollaran su actividad mecánica y repetitiva interaccionando con enormes máquinas.
Esta nueva revolución también trae consigo sus propios cambios de escenario. Paradójicamente, y pese a que la tecnológica y la progresiva digitalización y robotización de la economía parecen invadirlo todo y, más que una tendencia, son ya una plena realidad, esos cambios parecen acercarnos más a aquel lejano modelo artesanal del pasado que al más reciente mecanicista y utilizario.
Y es que si en algo ha cambiado la presente transformación de los modelos productivos en relación a sus antecesores es en que el protagonismo no recae en esos avances tecnológicos, sino en las personas que los llevan a cabo. La transformación digital es una revolución de personas para personas.
En ese contexto, los nuevos modelos organizativos regresan al referente que tan bien funcionó en aquellos lejanos talleres artesanos. Es decir, vuelven al aprendizaje continuo en oposición a los trabajos repetitivos, al desarrollo profesional en oposición al estancamiento, al trabajo colaborativo en oposición a la suma de individualidades, al alineamiento en oposición al descontento, al liderazgo en oposición al rango; a la redarquía (confluencia de voluntades en una misma dirección) que a la mera jerarquía que confiere el cargo.
Hoy las empresas y los líderes que triunfan son aquellos que son capaces de crear entornos «fun» en los que sus colaboradores se diviertan y crezcan profesionalmente.
Porque un trabajador «fun» se acaba convirtiendo en un trabajador «fan», y esa es la clave del compromiso y del rendimiento.
A todo ello puede contribuir el espacio de trabajo, y muchas compañías están diseñando sus distintas sedes de acuerdo a esos parámetros.
No se trata de que exista un único modelo, sino de que cada organización debe tratar de definir cuál es su cultura y valores para después tratar esa identidad a unos espacios de trabajo que los representen con fidelidad y en los que sus trabajadores se sientan en armonía con esa visión que impulsa a la organización.
En otras palabras, tanto el espacio como el mobiliario debe ayudar a crear ese ambiente «fun» que inspira a las personas a dar lo mejor de sí mismas. Con ese propósito, la coherencia por delante incluso de la funcionalidad o de la estética, debe ser el principal criterio a seguir por todo diseño de un espacio de trabajo.
Así, por ejemplo, una empresa en la que persistan los tradicionales «despachazos» en la planta noble, difícilmente podrá presumir de ser una organización «sin jerarquías», por mucho que lo proclamen sus valores impresos en la pared. Sencillamente, la imagen que transmite será inconsistente con este mensaje.
Y lo mismo ocurrirá con un equipo que pretenda trabajar colaborativamente desde pequeños cubículos individuales; no se sostiene. Todo, partiendo de la base de que todo es legítimo y que no puede existir, insisto, un modelo único (no todas las empresas necesitan grandes praderas sin tabiques ni futbolines en recepción; pensemos por ejemplo en un despacho de agobados que debe recibir continuamente a clientes para tratar de cuestiones delicadas y confidenciales).
La verdadera clave radica en la coherencia. Es, de hecho, una de las principales herramientas con las que cuentan los líderes para lograr que personas de muy diverso signo y perfiles se movilicen alrededor de un objetivo común y lograr que las cosas pasen en un entorno dominado por la tecnología.
Así que, ¿por qué no incorporarla también a los espacios de trabajo?